TY - BOOK
T1 - Rearmando el rompecabezas de la educación universitaria
AU - Salgado, Daniela
AU - García, Ligia
PY - 2021/6
Y1 - 2021/6
N2 - Me parece que todas las crisis, siempre tiene varias aristas desde las cuales pueden ser vistas. La crisis por el COVID-19 no ha sido la excepción. El trastoque que han tenido prácticamente todos los ámbitos de la vida humana y particularmente ámbitos esenciales como lo son la familia, el trabajo y la educación, nos ha hecho repensar el modo en el que los vivimos y el sentido y valor que tienen en nuestra vida. La razón por la cual dichos ámbitos son asumidos como vitales o esenciales, es porque a través de ellos se realiza el ser humano. No hace mucha falta explicar las razones, pero no está de más señalar que, la familia es la relación originaria. El ámbito en el cual el ser humano surge y dentro del cual crece como persona, se descubre a sí mismo en la relación íntima y de amor que tiene con los miembros de ella. El trabajo es el espacio en el cual el ser humano desarrolla sus capacidades profesionales, aporta a la sociedad, a través del cual satisface sus necesidades materiales, pero a su vez realiza su vocación profesional y una parte importante de su proyecto vital. La educación, es la misión a la cual ningún ser humano puede renunciar, es un elemento indispensable para el logro vital. Hemos de crecer, hemos de aprender a ser personas, hemos de humanizarnos y con ello humanizar la sociedad. Dicho proceso solo es posible en relación con el otro. Al inicio de la crisis que surgió a finales del año pasado, los profesores de prácticamente todo el mundo y de todos los niveles, tuvimos que migrar de manera urgente a un espacio distinto a través del cual pudiéramos continuar con nuestra labor. Sin importar las muchas o pocas habilidades digitales, lo familiarizados o distantes que estábamos de las plataformas de videoconferencia; del tipo de contenido para cada una de las asignaturas o la disponibilidad de tecnología que se tuviera, la educación no se detuvo. La escuela, el preescolar y la universidad continuaron. Lo cual, nos envió un primer mensaje: nuestro objetivo y razón de ser son los alumnos, sin importar si están dentro de un aula con paredes de ladrillo y cemento o dentro de una pantalla. En segundo lugar, esta situación nos hizo saber que el líder del proceso educativo es el docente. No son los grandes programas, ni los confortables espacios los que constituyen esencialmente la relación educativa, son las personas. El profesor es quien dirige y lidera el proceso educativo. En tercer lugar, hemos constatado que, la fuerza de las instituciones educativas no está ni en los programas, ni en los recursos físicos, ni en las instalaciones sino en sus personas, son ellas quienes dan vida a la institución, quienes la hacen posible y le dan identidad. Ahora, a nu meses de haber experimentado ese primer cambio, hemos aprendido muchas más cosas, sobre las que valdrá la pena continuar reflexionando. Lo que parecía un movimiento emergente y relativamente temporal, se ha convertido en el modus operandi del grueso de las instituciones educativas. El avance en el tiempo de esta modalidad educativa nos insta a dedicar un momento de análisis a tres aspectos que quisiera mencionar para que no olvidemos y preparemos lo que sigue para los profesores y alumnos. En primer lugar, diré que la educación no es una actividad, es una acción y es una relación humana, personal. Esto parece una obviedad, pero no lo es. Decir que es acción, es afirmar que cuenta con la libertad, con la voluntad del profesor y del alumno; que se implican todas las dimensiones humanas, no solo la intelectual o la psicomotora (cuando de una destreza física se trata), sino también la afectiva. Esto quiere decir que para que se mantenga y logre su propósito ha de considerar que en ella se compromete la persona misma; sus emociones, motivaciones, intereses, capacidades, disposiciones, conocimientos y habilidades, tanto por parte del alumno como del docente. Ambos, experimentan emociones y sentimientos al respecto, ambos necesitan estar dispuestos a colaborar, ambos necesitan ser empáticos y tratar de comprender al otro, ambos necesitan exigirse a sí mismos, ambos deben ser creativos para hacer crecer la relación. Esta bidireccionalidad del proceso, me parece que se ha hecho mucho más evidente ahora que antes. En estos momentos, en que el profesor ha hecho un esfuerzo muy significativo por adaptarse, en primer lugar, y luego por mejorar el proceso educativo y llevarlo a buen puerto, le ha supuesto ser mucho más consciente de sus estrategias, de las reacciones del alumno, de su metodología, de la didáctica de su clase y de sus objetivos. El alumno, por su parte, ha sido testigo del esfuerzo de sus profesores, ha tenido que ser paciente, ha tenido que replantearse el verdadero sentido y valor que tiene la formación universitaria, ha valorado más la relación con sus compañeros, ha descubierto o ha hecho mucho más consciente sus debilidades y ha tenido que someterse a un proceso de autorregulación mucho mayor que antes. Su margen de elección respecto de su participación activa en clase se ha ampliado y, con ello, la posibilidad y necesidad de exigirse más y de crecer; o bien, de llevar un proceso más cómodo y sacrificar su crecimiento y su aprendizaje. Por eso creo que la situación actual nos ha permitido volver a poner la lupa en un tema que quizá dábamos por hecho, la formación socioemocional y del carácter de nuestros alumnos y profesores. Antes era más fácil dar por hecho que habíamos cumplido nuestra tarea porque los alumnos estaban dentro del salón, porque los veíamos “de bulto” y porque impartíamos nuestra lección. Hacíamos lo que nos tocaba y la pelota estaba solo en su cancha. Hoy no, hoy hemos comprobado que toda relación humana requiere de un proceso creativo donde hemos de conocernos y conocer al otro, pero además estar en un proceso continuo de reconocimiento, siendo capaces de hacer ajustes de manera flexible. La motivación frente al aprendizaje ya no solo consiste en dinámicas divertidas, consiste en hacerle llegar al alumno, los elementos afectivos, intelectuales que le permitan sumarse voluntariamente al proceso, exigirse, comprometerse de manera sostenida en el tiempo. Le han permitido mirar al futuro y asumir un rol mucho más autónomo. Si el siguiente semestre que tenemos frente a nosotros logramos perder el miedo a hacer las cosas de forma distinta y seguimos innovando a partir de los resultados de aprendizaje que tenemos para nuestras asignaturas, y del conocimiento continuo del alumno, lograremos no solo seguir adaptándonos sino ser más creativos y crecer. Si logramos mirar con optimismo el reto que nos espera, asumiendo que siempre hay cosas positivas que podemos lograr y que cuando se trabaja con honestidad, con profesionalismo y amor, nada se pierde; habremos conseguido no solo impartir una materia sino disfrutar de la misión y la vocación profesional que hemos asumido. Si en el siguiente curso educativo decidimos aceptar y reconocer que nuestro alumno, al igual que nosotros, necesita desarrollar virtudes, mejorar sus actitudes, aprender para la vida, crecer de un modo personal, desarrollar herramientas para ser resilientes, habremos egresado de nuestras materias mejores seres humanos, quizá mejores amigos, mejores hijos y mejores ciudadanos. Habremos aprendido a ser empáticos y seguro seremos mucho más proclives a establecer relaciones cercanas con nuestros alumnos, dejando una puerta abierta más allá de la pantalla o del salón de ladrillos. Por lo tanto, la relación educativa, está hoy más viva que nunca, es más real que nunca y tiene la enorme posibilidad de convertirse en una posibilidad de formación humana auténtica y de verdadero camino de humanización para enfrentar no solo la crisis de COVID-19 sino cualquiera que a cada ser humano y a la humanidad en conjunto haya de presentársele, porque habremos descubierto la capacidad que el ser humano tiene para trascender y realizarse a través de ellas. ¿Y de qué otra cosa se trata la vida?
AB - Me parece que todas las crisis, siempre tiene varias aristas desde las cuales pueden ser vistas. La crisis por el COVID-19 no ha sido la excepción. El trastoque que han tenido prácticamente todos los ámbitos de la vida humana y particularmente ámbitos esenciales como lo son la familia, el trabajo y la educación, nos ha hecho repensar el modo en el que los vivimos y el sentido y valor que tienen en nuestra vida. La razón por la cual dichos ámbitos son asumidos como vitales o esenciales, es porque a través de ellos se realiza el ser humano. No hace mucha falta explicar las razones, pero no está de más señalar que, la familia es la relación originaria. El ámbito en el cual el ser humano surge y dentro del cual crece como persona, se descubre a sí mismo en la relación íntima y de amor que tiene con los miembros de ella. El trabajo es el espacio en el cual el ser humano desarrolla sus capacidades profesionales, aporta a la sociedad, a través del cual satisface sus necesidades materiales, pero a su vez realiza su vocación profesional y una parte importante de su proyecto vital. La educación, es la misión a la cual ningún ser humano puede renunciar, es un elemento indispensable para el logro vital. Hemos de crecer, hemos de aprender a ser personas, hemos de humanizarnos y con ello humanizar la sociedad. Dicho proceso solo es posible en relación con el otro. Al inicio de la crisis que surgió a finales del año pasado, los profesores de prácticamente todo el mundo y de todos los niveles, tuvimos que migrar de manera urgente a un espacio distinto a través del cual pudiéramos continuar con nuestra labor. Sin importar las muchas o pocas habilidades digitales, lo familiarizados o distantes que estábamos de las plataformas de videoconferencia; del tipo de contenido para cada una de las asignaturas o la disponibilidad de tecnología que se tuviera, la educación no se detuvo. La escuela, el preescolar y la universidad continuaron. Lo cual, nos envió un primer mensaje: nuestro objetivo y razón de ser son los alumnos, sin importar si están dentro de un aula con paredes de ladrillo y cemento o dentro de una pantalla. En segundo lugar, esta situación nos hizo saber que el líder del proceso educativo es el docente. No son los grandes programas, ni los confortables espacios los que constituyen esencialmente la relación educativa, son las personas. El profesor es quien dirige y lidera el proceso educativo. En tercer lugar, hemos constatado que, la fuerza de las instituciones educativas no está ni en los programas, ni en los recursos físicos, ni en las instalaciones sino en sus personas, son ellas quienes dan vida a la institución, quienes la hacen posible y le dan identidad. Ahora, a nu meses de haber experimentado ese primer cambio, hemos aprendido muchas más cosas, sobre las que valdrá la pena continuar reflexionando. Lo que parecía un movimiento emergente y relativamente temporal, se ha convertido en el modus operandi del grueso de las instituciones educativas. El avance en el tiempo de esta modalidad educativa nos insta a dedicar un momento de análisis a tres aspectos que quisiera mencionar para que no olvidemos y preparemos lo que sigue para los profesores y alumnos. En primer lugar, diré que la educación no es una actividad, es una acción y es una relación humana, personal. Esto parece una obviedad, pero no lo es. Decir que es acción, es afirmar que cuenta con la libertad, con la voluntad del profesor y del alumno; que se implican todas las dimensiones humanas, no solo la intelectual o la psicomotora (cuando de una destreza física se trata), sino también la afectiva. Esto quiere decir que para que se mantenga y logre su propósito ha de considerar que en ella se compromete la persona misma; sus emociones, motivaciones, intereses, capacidades, disposiciones, conocimientos y habilidades, tanto por parte del alumno como del docente. Ambos, experimentan emociones y sentimientos al respecto, ambos necesitan estar dispuestos a colaborar, ambos necesitan ser empáticos y tratar de comprender al otro, ambos necesitan exigirse a sí mismos, ambos deben ser creativos para hacer crecer la relación. Esta bidireccionalidad del proceso, me parece que se ha hecho mucho más evidente ahora que antes. En estos momentos, en que el profesor ha hecho un esfuerzo muy significativo por adaptarse, en primer lugar, y luego por mejorar el proceso educativo y llevarlo a buen puerto, le ha supuesto ser mucho más consciente de sus estrategias, de las reacciones del alumno, de su metodología, de la didáctica de su clase y de sus objetivos. El alumno, por su parte, ha sido testigo del esfuerzo de sus profesores, ha tenido que ser paciente, ha tenido que replantearse el verdadero sentido y valor que tiene la formación universitaria, ha valorado más la relación con sus compañeros, ha descubierto o ha hecho mucho más consciente sus debilidades y ha tenido que someterse a un proceso de autorregulación mucho mayor que antes. Su margen de elección respecto de su participación activa en clase se ha ampliado y, con ello, la posibilidad y necesidad de exigirse más y de crecer; o bien, de llevar un proceso más cómodo y sacrificar su crecimiento y su aprendizaje. Por eso creo que la situación actual nos ha permitido volver a poner la lupa en un tema que quizá dábamos por hecho, la formación socioemocional y del carácter de nuestros alumnos y profesores. Antes era más fácil dar por hecho que habíamos cumplido nuestra tarea porque los alumnos estaban dentro del salón, porque los veíamos “de bulto” y porque impartíamos nuestra lección. Hacíamos lo que nos tocaba y la pelota estaba solo en su cancha. Hoy no, hoy hemos comprobado que toda relación humana requiere de un proceso creativo donde hemos de conocernos y conocer al otro, pero además estar en un proceso continuo de reconocimiento, siendo capaces de hacer ajustes de manera flexible. La motivación frente al aprendizaje ya no solo consiste en dinámicas divertidas, consiste en hacerle llegar al alumno, los elementos afectivos, intelectuales que le permitan sumarse voluntariamente al proceso, exigirse, comprometerse de manera sostenida en el tiempo. Le han permitido mirar al futuro y asumir un rol mucho más autónomo. Si el siguiente semestre que tenemos frente a nosotros logramos perder el miedo a hacer las cosas de forma distinta y seguimos innovando a partir de los resultados de aprendizaje que tenemos para nuestras asignaturas, y del conocimiento continuo del alumno, lograremos no solo seguir adaptándonos sino ser más creativos y crecer. Si logramos mirar con optimismo el reto que nos espera, asumiendo que siempre hay cosas positivas que podemos lograr y que cuando se trabaja con honestidad, con profesionalismo y amor, nada se pierde; habremos conseguido no solo impartir una materia sino disfrutar de la misión y la vocación profesional que hemos asumido. Si en el siguiente curso educativo decidimos aceptar y reconocer que nuestro alumno, al igual que nosotros, necesita desarrollar virtudes, mejorar sus actitudes, aprender para la vida, crecer de un modo personal, desarrollar herramientas para ser resilientes, habremos egresado de nuestras materias mejores seres humanos, quizá mejores amigos, mejores hijos y mejores ciudadanos. Habremos aprendido a ser empáticos y seguro seremos mucho más proclives a establecer relaciones cercanas con nuestros alumnos, dejando una puerta abierta más allá de la pantalla o del salón de ladrillos. Por lo tanto, la relación educativa, está hoy más viva que nunca, es más real que nunca y tiene la enorme posibilidad de convertirse en una posibilidad de formación humana auténtica y de verdadero camino de humanización para enfrentar no solo la crisis de COVID-19 sino cualquiera que a cada ser humano y a la humanidad en conjunto haya de presentársele, porque habremos descubierto la capacidad que el ser humano tiene para trascender y realizarse a través de ellas. ¿Y de qué otra cosa se trata la vida?
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