Resumen
Este trabajo está muy cercanamente ligado a otro que fue publicado en esta misma revista (núm. 521-522) sobre la posibilidad de la neutralidad ética y religiosa del Estado. Ese trabajo concluía que la neutralidad del Estado no era posible. La pretendida neutralidad estatal no hacía otra cosa que esconder una moral de carácter universal que imponía sus propios principios a todas las acciones humanas. En el trabajo anterior se veía que el contractualismo de Rawls suponía y exigía la adhesión a ciertos principios éticos claramente identificados con el pensamiento liberal.
Todos los principios éticos inspirados en un pensamiento distinto del liberal debían ser vividos de acuerdo con la formalidad que el liberalismo les exige, es decir, como si se trataran de principios de la vida privada. Con ello, se impedía que quienes los profesaban les dieran el alcance público que estimaban debían tener. El Estado pretendidamente neutral, así, o desaparecía porque si quería «tolerar» verdaderamente distintas concepciones éticas debían impedirles que fueran lo que eran; y si no, debía confesar explícitamente su adhesión a la concepción ética y política liberal de manera tal que era la única verdaderamente aceptada por ese Estado. Por esto, mi exposición terminaba señalando que «la discusión política relevante y urgente no recaía sobre los principios que ordenan una supuesta comunidad neutral en materias morales o religiosas, sino sobre algo sin lugar a duda más difícil, pero ciertamente más afín a las necesidades del hombre concreto: cuáles son los principios morales o religiosos más razonables a partir de los cuales ordenar esa sociedad».
En este trabajo intentaré, al menos parcialmente, contestar esta última pregunta, centrándome en el de los principios éticos y políticos –sobre todo en los primeros– y en el hecho de si es posible su existencia con un carácter universal, pues ésta pareciera ser una propiedad imprescindible de las causas del orden político e internacional si se quiere gozar, aunque sea parcialmente, de un bien común.
Todos los principios éticos inspirados en un pensamiento distinto del liberal debían ser vividos de acuerdo con la formalidad que el liberalismo les exige, es decir, como si se trataran de principios de la vida privada. Con ello, se impedía que quienes los profesaban les dieran el alcance público que estimaban debían tener. El Estado pretendidamente neutral, así, o desaparecía porque si quería «tolerar» verdaderamente distintas concepciones éticas debían impedirles que fueran lo que eran; y si no, debía confesar explícitamente su adhesión a la concepción ética y política liberal de manera tal que era la única verdaderamente aceptada por ese Estado. Por esto, mi exposición terminaba señalando que «la discusión política relevante y urgente no recaía sobre los principios que ordenan una supuesta comunidad neutral en materias morales o religiosas, sino sobre algo sin lugar a duda más difícil, pero ciertamente más afín a las necesidades del hombre concreto: cuáles son los principios morales o religiosos más razonables a partir de los cuales ordenar esa sociedad».
En este trabajo intentaré, al menos parcialmente, contestar esta última pregunta, centrándome en el de los principios éticos y políticos –sobre todo en los primeros– y en el hecho de si es posible su existencia con un carácter universal, pues ésta pareciera ser una propiedad imprescindible de las causas del orden político e internacional si se quiere gozar, aunque sea parcialmente, de un bien común.
Idioma original | Español (Chile) |
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Páginas (desde-hasta) | 183-206 |
Número de páginas | 23 |
Publicación | Verbo |
Volumen | 543-544 |
Estado | Publicada - 30 abr. 2016 |
Publicado de forma externa | Sí |